jueves, 20 de agosto de 2015

Enseñando y aprendiendo, un “entre” de sintonización de lenguas…

 



       Tiempos traducidos en meses, días, horas en la preparación de estrategias para ese pasaje y encuentro de sentido de lo imperceptible, lo abstracto, en un clima de hospitalidad, de horizontalidad entre educador y educando. Minutos, segundos para que acontezca ese proceso llamado “conocer”.
      Desde este contexto e imaginario surgió lo que hasta este momento era ilusorio, o una realidad inventada con la que se convivía en el cursado de la práctica educativa con estudiantes de primer año de la formación docente.
Al finalizar cada encuentro presencial disponían de diez minutos para registrar los temas tratados y lo que cada uno de ellos les había suscitado a través de interrogantes, clarificación o ampliación de sus conocimientos. Se llevaban como tarea escribir aportes, posibles explicaciones y articulaciones con conceptos surgidos en los otros espacios curriculares que estaban cursando paralelamente. En la primera media hora del siguiente encuentro, cada uno leía lo suyo y, en algunas ocasiones, se lo daba a algún/a compañero/a para su lectura. Cuando llegaba el momento para leer la articulación con otros conceptos, se limitaban a dar el nombre sólo del espacio curricular (Enfoque Sociocultural; Análisis de las Experiencias en las Disciplinas Escolares; otros) y/o autor donde se había tratado el tema. Con preguntas yo intentaba profundizar para ver en qué puntos se complementaba o suplementaba el tratamiento que se le había dado al tema en esos otros espacios.
Sus miradas, posturas corporales y sus voces, dejaban entrever una sensación de colocarlos/as en situación de examen y me transportaban introspectivamente a mirarme y revisar mis modos, mis comportamientos como facilitadores o impedimentos para construir ese espacio o universo de conocimientos y saberes que se iban construyendo y capitalizando.
Un día, con cierto agotamiento por lo rutinario y sin vida que resultaba ese momento y percibiendo que se alejaba cada vez más de la propuesta pedagógica, se les nombró una empresa láctea conocida y se les pidió que nombraran todos los productos que conocían de la misma. Se los fue anotando en el pizarrón y, a continuación con el aporte de ellos/as y en este mismo espacios, los productos lácteos fueron clasificados. Finalmente, se les pidió que, de uno de los temas más citados en sus registros, realizaran el mismo proceso. Antes de iniciar la tarea, una estudiante exclamó con alegría: ¡¡¡Por fin, entendí lo que se nos pedía!!! ¡¡¡¿Por qué no nos dio este ejemplo antes?!!!
Mis interrogantes en estado de perplejidad… ¿Cómo un saber tan cotidiano metafóricamente facilitó que aconteciera el pensamiento reflexivo y el acercamiento a un conocimiento más académico o científico? ¿Cuántos estudiantes han caminado por este espacio y cuántos de ellos encontraron y se llevaron los nexos entre la teoría y la práctica?
En palabras de José Saramago, cuando “…parecía que habíamos llegado al final del camino… resulta que era solo una curva abierta a otro paisaje y a nuevas curiosidades…”
 
 



 


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