Tiempos traducidos en meses, días, horas en la
preparación de estrategias para ese pasaje y encuentro de sentido de lo
imperceptible, lo abstracto, en un clima de hospitalidad, de horizontalidad entre
educador y educando. Minutos, segundos para que acontezca ese proceso llamado “conocer”.
Desde este contexto e imaginario surgió lo que
hasta este momento era ilusorio, o una realidad inventada con la que se
convivía en el cursado de la práctica educativa con estudiantes de primer año
de la formación docente.
Al finalizar cada encuentro presencial disponían de
diez minutos para registrar los temas tratados y lo que cada uno de ellos les
había suscitado a través de interrogantes, clarificación o ampliación de sus
conocimientos. Se llevaban como tarea escribir aportes, posibles
explicaciones y articulaciones con conceptos surgidos en los otros espacios
curriculares que estaban cursando paralelamente. En la primera media hora del
siguiente encuentro, cada uno leía lo suyo y, en algunas ocasiones, se lo daba a
algún/a compañero/a para su lectura. Cuando llegaba el momento para leer la
articulación con otros conceptos, se limitaban a dar el nombre sólo del espacio
curricular (Enfoque Sociocultural; Análisis de las Experiencias en las Disciplinas
Escolares; otros) y/o autor donde se había tratado el tema. Con preguntas yo
intentaba profundizar para ver en qué puntos se complementaba o suplementaba el
tratamiento que se le había dado al tema en esos otros espacios.
Sus miradas, posturas corporales y sus voces, dejaban entrever una
sensación de colocarlos/as en situación de examen y me transportaban
introspectivamente a mirarme y revisar mis modos, mis comportamientos como
facilitadores o impedimentos para construir ese espacio o universo de
conocimientos y saberes que se iban construyendo y capitalizando.
Un día, con cierto agotamiento por lo rutinario y
sin vida que resultaba ese momento y percibiendo que se alejaba cada vez más de
la propuesta pedagógica, se les nombró una empresa láctea conocida y se les
pidió que nombraran todos los productos que conocían de la misma. Se los fue
anotando en el pizarrón y, a continuación con el aporte de ellos/as y en este mismo espacios, los productos
lácteos fueron clasificados. Finalmente, se les pidió que, de
uno de los temas más citados en sus registros, realizaran el mismo proceso. Antes
de iniciar la tarea, una estudiante exclamó con alegría: ¡¡¡Por fin, entendí lo que se nos pedía!!! ¡¡¡¿Por qué no nos dio este
ejemplo antes?!!!
Mis interrogantes en estado de perplejidad… ¿Cómo
un saber tan cotidiano metafóricamente facilitó que aconteciera el pensamiento reflexivo y el
acercamiento a un conocimiento más académico o científico? ¿Cuántos estudiantes han caminado por este espacio y cuántos de ellos encontraron
y se llevaron los nexos entre la teoría y la práctica?
En palabras de José Saramago, cuando
“…parecía que habíamos llegado al final del camino… resulta que era solo una
curva abierta a otro paisaje y a nuevas curiosidades…”

